lunes, 14 de enero de 2019


ndo.


VIAJE A ARGENTINA
Por fin, el 25 de octubre comenzó nuestro largo y ansiado periplo allende los mares y que no estaba exento de complejidad en su intendencia, pues teníamos más de una quincena de desplazamientos en avión, tren y barco, con los consabidos madrugones, traslados en “ómnibus y colectivos” (los autobuses), equipajes y transbordos incluidos… sin embargo, en este sentido, no hubo ni un solo problema y todo funcionó a la perfección, como es costumbre en la organización de Pilar para los viajes con el Grupo de Empresa de TVE.
En Buenos Aires, entre pitillo y pitillo, nos recibió nuestro cicerone Guillermo.
La “estadía” comenzó con el traslado en el “ómnibus” que nos llevó a disfrutar de un merecido descanso en el hotel situado junto al afamado obelisco de la Avenida 9 de julio. Esa noche, gozamos de una agradable y espectacular cena-gala con elegantes tangos lunfardos, milongas porteñas, amenizados con elementos típicos del folklore argentino, como la guitarra, el charango, el bombo, las boleadoras criollas y vistosos trajes, canciones y bailes ejecutados con una precisión y compostura perfectas y en un muy reducido espacio, donde 16 artistas nos ofrecieron un completo repaso de su folklore y que sirvió para que conectáramos con el espíritu argentino.
En esta gran ciudad porteña, la más europea de América del sur, crisol de culturas y tierra de contrastes, conviven suntuosos edificios -muchos de ellos decadentes, por las continuas crisis que han ido dejando tocado a este gran país-, con casas en un lamentable abandono y amplias calles sobrevoladas por un descontrol de cables, con extensos parques con todo tipo de árboles -como el Palo borracho y el gomero-, se pueden degustar las mejores carnes a la brasa o a la parrilla –con los típicos bifes y costillas con chimichurri y vinagreta o exquisitas empandas de carne- o los excelentes alfajores y dulces de leche o tomar, con la “bombilla”, el mate de hierbas, símbolo del relax y la amistad de esta solemne ceremonia.
Ávidos de conocimiento, Guillermo dio un extenso repaso de los héroes argentinos, como el grotesco Maradona, el veloz Fangio, la genial Mafalda, el divino Carlos Gardel, la adorada Eva Perón y su admirado Boca Junior y su eterno rival, el River, entre otros porteños. Pero también nos enseñó el multicolor barrio de la Boca, plagado de grotescas figuras en los balcones y tiendas en la calle Caminito, el barrio de la Recoleta y su abigarrado cementerio, con féretros a la vista y donde yacen los restos de Eva Perón, el frondoso parque del barrio de Palermo, el espectacular y elegante Teatro Colón, la avenida Corrientes -llena de teatros-, el mercado de San Telmo, lleno de anticuarios -donde podías adquirir lindos “laburos” artesanales, realizados al calor de “mateadores” saboreados por humildes y orgullosas gentes-, la conocida Plaza de Mayo con la Casa Rosada, el Palacio de Congresos, su abigarrado tráfico y -junto al inmenso río de la Plata- el lujoso y remodelado Puerto Madero.
Pero Argentina es mucho más que B.A. y en el siguiente vuelo, fuimos a Trelew, en la península de Valdés, donde cambiamos de cicerón con Nani, que nos llevó a ver la costa de los delfines Toninos y a degustar, en Rawson, sus mariscos para, a continuación, “agarrar” (allá, el coger está mal visto) la larga carretera de ripios, desde la que pudimos observar ovejas merinas y guanacos, hasta llegar a Punta Tombo, la gran colonia donde anidan los pingüinos de Magallanes, sobrevolados por grandes petreles y algún chimango. Tras ello, continuamos con una gran tormenta entre “chacras” de cerezas y una profusa tormenta de agua salpicada con un gran trueno nos recibió Gaimán, curioso pueblo galés y tierra de los indios tehuelches, en la fría meseta de la estepa patagónica.
Desde Puerto Madryn, donde se exporta la mayor parte del marisco argentino que llega a España, fuimos a Puerto Pirámides. Allí zarpamos en un barco para avistar ballenas Francas Australes, un gran espectáculo para la vista; seguimos a Punta Cantor, donde vimos interesante fauna, como una colonia de ruidosos elefantes marinos en la Caleta Valdés; también pudimos contemplar leones marinos, algún gato del pajonal, ñandús choiques, vacas Hereford, alguna mara o liebre patagónica y una gran lechuza vizcachera.
De otro salto, volamos a Usuhaia, la ciudad más austral del mundo, donde nos recibió Yamile en el Aeropuerto Malvinas argentinas, rodeados de un espectacular paisaje que recordaba a Suiza o Canadá y donde hace tanto frío que las casas están calefactadas –gratuitamente- todo el año. Visitamos su Presidio y museo marítimo, en el que purgaron las penas los infelices que allí dieron con sus huesos y visitamos el Parque Nacional de Tierra de Fuego, tierra de los indígenas “yámanas y onas”, de un sorprendente bosque andino patagónico, plagado de frondosas “lengas” de caprichosas ramas y turberas habitadas por castores, cisnes de cuello negro y cauquenes, sobrevolados por cóndores. Allí también disfrutamos del histórico Tren del fin del mundo -usado en su día por los presos del presidio-, de las extraordinarias vistas de los lagos Roca y Acigami, de un agradable paseo en catamarán surcando el Canal Beagle, desde el que no perdimos de vista pequeñas islas llenas de cormoranes y lobos marinos rodeados de un incomparable entorno de nevadas montañas.
El 1 de noviembre volamos a El Calafate, donde nos esperaba un magnífico hotel con SPA, en el que nos  relajamos y desde allí -guiados por Charly y Ariel- fuimos a ver el glaciar descubierto por Francisco Pascasio “Perito Moreno”, donde unos disfrutaron de una experiencia inolvidable caminando sobre el hielo del glaciar con crampones y otros navegamos por las aguas verdiazules del lago Argentino para admirar uno de los enormes frentes del glaciar y –entre grandes estruendos que se producían al resquebrajarse- observamos los continuos desprendimientos de grandes bloques de hielo. También pudimos disfrutar del glaciar, caminando entre multitud de pasarelas, perfectamente habilitadas en su frente, desde las que admirar esta impresionante maravilla natural.
Pero si ese día disfrutamos de este imponente glaciar, al día siguiente no iba a ser menos, rodeados de portentosas montañas andinas, nevados riscos y gélidas torrenteras, saboreamos la placidez de todo un día de navegación, surcando las frías aguas en un magnífico catamarán, para ensimismarnos en la contemplación de los glaciares Upsala, Seco, Heim, Spegazzini y grandes icebergs y témpanos de hielo de caprichosas formas, que lentamente se les desprendían de sus heladas lenguas, en los que la luz reflejaba increíbles y maravillosos tonos azulados.
Pero, como un gran concierto, el viaje continuó “in crescendo” y -vía Buenos Aires- volamos a Iguazú, donde nos recibió la guía Marisa y nos llevó -en medio de una frondosa selva, lianas, y nativos aborígenes- a un rimbombante hotel rodeado de indígenas guaraníes.
La guinda estaba en la visita por el laberinto escalonado de cataratas del Iguazú, a cada cual más bonita y espectacular, con abruptas caídas de agua y densa vegetación entre multitud de pasarelas a las que recorrimos desde arriba y desde abajo, acompañados de coatíes, varanos, coloridos tucanes y mariposas, variados insectos y algún mono en las copas de los altísimos árboles; pero el remate fue la excursión en zodiac, con chapuzón por debajo de las cataratas, una experiencia salvaje e inolvidable. Esa tarde, concluimos la vista con la impresionante panorámica de la Garganta del Diablo y abandonamos la jungla en un simpático y atiborrado trenecito.
Y no se había terminado lo mejor, aún nos quedaba la visita a las cataratas desde el lado brasileño. Entre una invasión de turistas, nos deleitamos con esta majestuosa naturaleza y la vista de imponentes saltos de agua, recorriendo más y más pasarelas y terminado en un gran mirador, desde donde -debidamente protegidos por chubasqueros-, contemplamos un paisaje único, con multitud de arcoíris brotando de esa inmensidad de cataratas.  
Por todo esto, nos cautivó Argentina y porque suena al eco melancólico del bandoneón, al desgarrado gemido de la guitarra, al bravo murmullo de serpenteantes ríos y caudalosas cascadas destiladas por verde naturaleza, porque sabe a sabrosa carne con la que llenar la panza y amigable mate, porque evoca a sufridas gentes de expresivo trato y dulce acento, sobre las que dijo el gran Borges: "el argentino es un italiano que habla español, piensa en francés y querría ser inglés” ...esa mezcolanza les define muy bien.
Vimos mucho, pero hay que volver, para conocer su cultura gaucha, su inmensa pampa, sus tradiciones camperas, sus añejas pulperías, para tener un “entreveo” en la elegante orfebrería de sus elegantes cuchillos verijeros y facones y la artesanía de sus bien labrados cueros, para sorprendernos con la susurrante doma de sus caballos y para tener una plácida estadía en un ombú… entre otras muchas cosas que allá abundan y que nos siguen esperando.
José Manuel Espinosa Pérez

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