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VIAJE A
ARGENTINA
Por fin, el
25 de octubre comenzó nuestro largo y ansiado periplo allende los mares y que
no estaba exento de complejidad en su intendencia, pues teníamos más de una quincena
de desplazamientos en avión, tren y barco, con los consabidos madrugones,
traslados en “ómnibus y colectivos” (los autobuses), equipajes y transbordos incluidos…
sin embargo, en este sentido, no hubo ni un solo problema y todo funcionó a la
perfección, como es costumbre en la organización de Pilar para los viajes con
el Grupo de Empresa de TVE.
En Buenos
Aires, entre pitillo y pitillo, nos recibió nuestro cicerone Guillermo.
La “estadía”
comenzó con el traslado en el “ómnibus” que nos llevó a disfrutar de un
merecido descanso en el hotel situado junto al afamado obelisco de la Avenida 9
de julio. Esa noche, gozamos de una agradable y espectacular cena-gala con
elegantes tangos lunfardos, milongas porteñas, amenizados con elementos típicos
del folklore argentino, como la guitarra, el charango, el bombo, las boleadoras
criollas y vistosos trajes, canciones y bailes ejecutados con una precisión y
compostura perfectas y en un muy reducido espacio, donde 16 artistas nos
ofrecieron un completo repaso de su folklore y que sirvió para que conectáramos
con el espíritu argentino.
En esta gran
ciudad porteña, la más europea de América del sur, crisol de culturas y tierra
de contrastes, conviven suntuosos edificios -muchos de ellos decadentes, por las
continuas crisis que han ido dejando tocado a este gran país-, con casas en un
lamentable abandono y amplias calles sobrevoladas por un descontrol de cables, con
extensos parques con todo tipo de árboles -como el Palo borracho y el gomero-, se
pueden degustar las mejores carnes a la brasa o a la parrilla –con los típicos
bifes y costillas con chimichurri y vinagreta o exquisitas empandas de carne- o
los excelentes alfajores y dulces de leche o tomar, con la “bombilla”, el mate
de hierbas, símbolo del relax y la amistad de esta solemne ceremonia.
Ávidos de
conocimiento, Guillermo dio un extenso repaso de los héroes argentinos, como el
grotesco Maradona, el veloz Fangio, la genial Mafalda, el divino Carlos Gardel,
la adorada Eva Perón y su admirado Boca Junior y su eterno rival, el River,
entre otros porteños. Pero también nos enseñó el multicolor barrio de la Boca,
plagado de grotescas figuras en los balcones y tiendas en la calle Caminito, el
barrio de la Recoleta y su abigarrado cementerio, con féretros a la vista y
donde yacen los restos de Eva Perón, el frondoso parque del barrio de Palermo, el
espectacular y elegante Teatro Colón, la avenida Corrientes -llena de teatros-,
el mercado de San Telmo, lleno de anticuarios -donde podías adquirir lindos “laburos”
artesanales, realizados al calor de “mateadores” saboreados por humildes y
orgullosas gentes-, la conocida Plaza de Mayo con la Casa Rosada, el Palacio de
Congresos, su abigarrado tráfico y -junto al inmenso río de la Plata- el lujoso
y remodelado Puerto Madero.
Pero
Argentina es mucho más que B.A. y en el siguiente vuelo, fuimos a Trelew, en la
península de Valdés, donde cambiamos de cicerón con Nani, que nos llevó a ver
la costa de los delfines Toninos y a degustar, en Rawson, sus mariscos para, a
continuación, “agarrar” (allá, el coger está mal visto) la larga carretera
de ripios, desde la que pudimos observar ovejas merinas y guanacos, hasta
llegar a Punta Tombo, la gran colonia donde anidan los pingüinos de Magallanes,
sobrevolados por grandes petreles y algún chimango. Tras ello, continuamos
con una gran tormenta entre “chacras” de cerezas y una profusa tormenta de agua
salpicada con un gran trueno nos recibió Gaimán, curioso pueblo galés y tierra
de los indios tehuelches, en la fría meseta de la estepa patagónica.
Desde Puerto
Madryn, donde se exporta la mayor parte del marisco argentino que llega a
España, fuimos a Puerto Pirámides. Allí zarpamos en un barco para avistar
ballenas Francas Australes, un gran espectáculo para la vista; seguimos a Punta
Cantor, donde vimos interesante fauna, como una colonia de ruidosos elefantes
marinos en la Caleta Valdés; también pudimos contemplar leones marinos, algún gato
del pajonal, ñandús choiques, vacas Hereford, alguna mara o liebre patagónica y
una gran lechuza vizcachera.
De otro
salto, volamos a Usuhaia, la ciudad más austral del mundo, donde nos recibió Yamile
en el Aeropuerto Malvinas argentinas, rodeados de un espectacular paisaje que
recordaba a Suiza o Canadá y donde hace tanto frío que las casas están
calefactadas –gratuitamente- todo el año. Visitamos su Presidio y museo
marítimo, en el que purgaron las penas los infelices que allí dieron con sus
huesos y visitamos el Parque Nacional de Tierra de Fuego, tierra de los indígenas
“yámanas y onas”, de un sorprendente bosque andino patagónico, plagado de frondosas
“lengas” de caprichosas ramas y turberas habitadas por castores, cisnes de
cuello negro y cauquenes, sobrevolados por cóndores. Allí también disfrutamos
del histórico Tren del fin del mundo -usado en su día por los presos del
presidio-, de las extraordinarias vistas de los lagos Roca y Acigami, de un
agradable paseo en catamarán surcando el Canal Beagle, desde el que no perdimos
de vista pequeñas islas llenas de cormoranes y lobos marinos rodeados de un
incomparable entorno de nevadas montañas.
El 1 de noviembre
volamos a El Calafate, donde nos esperaba un magnífico hotel con SPA, en el que
nos relajamos y desde allí -guiados por Charly
y Ariel- fuimos a ver el glaciar descubierto por Francisco Pascasio “Perito
Moreno”, donde unos disfrutaron de una experiencia inolvidable caminando sobre
el hielo del glaciar con crampones y otros navegamos por las aguas verdiazules del
lago Argentino para admirar uno de los enormes frentes del glaciar y –entre
grandes estruendos que se producían al resquebrajarse- observamos los continuos
desprendimientos de grandes bloques de hielo. También pudimos disfrutar del
glaciar, caminando entre multitud de pasarelas, perfectamente habilitadas en su
frente, desde las que admirar esta impresionante maravilla natural.
Pero si ese
día disfrutamos de este imponente glaciar, al día siguiente no iba a ser menos,
rodeados de portentosas montañas andinas, nevados riscos y gélidas torrenteras,
saboreamos la placidez de todo un día de navegación, surcando las frías aguas en
un magnífico catamarán, para ensimismarnos en la contemplación de los glaciares
Upsala, Seco, Heim, Spegazzini y grandes icebergs y témpanos de hielo de
caprichosas formas, que lentamente se les desprendían de sus heladas lenguas, en
los que la luz reflejaba increíbles y maravillosos tonos azulados.
Pero, como
un gran concierto, el viaje continuó “in crescendo” y -vía Buenos Aires- volamos
a Iguazú, donde nos recibió la guía Marisa y nos llevó -en medio de una
frondosa selva, lianas, y nativos aborígenes- a un rimbombante hotel rodeado de
indígenas guaraníes.
La guinda
estaba en la visita por el laberinto escalonado de cataratas del Iguazú, a cada
cual más bonita y espectacular, con abruptas caídas de agua y densa vegetación
entre multitud de pasarelas a las que recorrimos desde arriba y desde abajo,
acompañados de coatíes, varanos, coloridos tucanes y mariposas, variados
insectos y algún mono en las copas de los altísimos árboles; pero el remate fue
la excursión en zodiac, con chapuzón por debajo de las cataratas, una
experiencia salvaje e inolvidable. Esa tarde, concluimos la vista con la
impresionante panorámica de la Garganta del Diablo y abandonamos la jungla en
un simpático y atiborrado trenecito.
Y no se
había terminado lo mejor, aún nos quedaba la visita a las cataratas desde el
lado brasileño. Entre una invasión de turistas, nos deleitamos con esta
majestuosa naturaleza y la vista de imponentes saltos de agua, recorriendo más y
más pasarelas y terminado en un gran mirador, desde donde -debidamente
protegidos por chubasqueros-, contemplamos un paisaje único, con multitud de
arcoíris brotando de esa inmensidad de cataratas.
Por todo
esto, nos cautivó Argentina y porque suena al eco melancólico del bandoneón, al
desgarrado gemido de la guitarra, al bravo murmullo de serpenteantes ríos y
caudalosas cascadas destiladas por verde naturaleza, porque sabe a sabrosa
carne con la que llenar la panza y amigable mate, porque evoca a sufridas
gentes de expresivo trato y dulce acento, sobre las que dijo el gran Borges:
"el argentino es un italiano que habla español, piensa en francés y
querría ser inglés” ...esa mezcolanza les define muy bien.
Vimos mucho,
pero hay que volver, para conocer su cultura gaucha, su inmensa pampa, sus
tradiciones camperas, sus añejas pulperías, para tener un “entreveo” en la elegante
orfebrería de sus elegantes cuchillos verijeros y facones y la artesanía de sus
bien labrados cueros, para sorprendernos con la susurrante doma de sus caballos
y para tener una plácida estadía en un ombú… entre otras muchas cosas que allá
abundan y que nos siguen esperando.
José Manuel
Espinosa Pérez
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